Repasando el contexto mundial e histórico, y sus procedimientos como personal de seguridad en el lugar, los invitados relataron qué fue lo que pasó el 17 de marzo de 1992, cuando un coche bomba destruyó el edificio ubicado en la calle Arroyo. “Para nosotros era un hogar más que una oficina, una segunda casa y con la explosión se fue una parte de nuestra historia”, afirmó Golberg.
Además de escuchar atentamente a los sobrevivientes, nuestros chicos y chicas observaron atónitos un video con imágenes de los minutos posteriores a la catástrofe, en el que gritos de desesperación atravesaron la pantalla y conmovieron a los presentes. "Nuestro objetivo era buscar a nuestros amigos porque nosotros éramos de los pocos que conocíamos la embajada más que nuestras casas”, explicó Nisembaun, mientras daba explicaciones sobre la pieza audiovisual.
El detalle en la narración de Martín y Víctor dejó a la vista lo inesperado del ataque terrorista y dio lugar a conversar acerca de cómo tuvieron que modificarse las medidas de seguridad de las instituciones judías a fin de evitar que un suceso de este tipo vuelva a ocurrir.
Asimismo, los oradores resaltaron la importancia de ser la voz de los que no están. “La llama del recuerdo tiene que seguir encendida. Los y las jóvenes para nosotros son embajadores de la memoria para que no haya olvido y para que no vuelva a pasar”, afirmó Martín.
Luego de 30 años exigiendo justicia, y sin obtener respuestas, espacios como el que compartimos con nuestros y nuestras estudiantes son el camino para seguir reflexionando acerca de lo vivido, construyendo memoria y velando por una sociedad libre de violencia y discriminación.