Dos interesantes artículos para esta sección, donde nos proponemos brindar las versiones en pro y en contra acerca de los nuevos formatos, habítos de lectura, nuevas expresiones culturales y los libros.

El dato no tiene pretensión estadística pero es elocuente. Lo aporta un amigo que ama leer y sabe observar con ánimo crítico sin perder el optimismo: en los subtes de Nueva York, donde cabría esperar que entre quienes disfrutan de la lectura se impusieran los dispositivos electrónicos (la oferta tecnológica es variada; los precios, convenientes, y no parece una invitación al robo exhibir un aparato sofisticado en el transporte público), se ven, sin embargo, tantos libros como tabletas. "La proporción es cincuenta y cincuenta", me dice.

Tal vez ciertos cambios, aunque radicales, no sean tan veloces ni excluyentes como nos apresuramos a creer. La Historia de la lectura y de la escritura en el mundo occidental , de Martyn Lyons, que Editoras del Calderón acaba de publicar en castellano permite sacar algunas conclusiones interesantes al respecto. El trabajo de Lyons se orienta a desarmar ciertos tópicos que se han cristalizado en mito, o van camino de hacerlo. Por ejemplo, el efecto revolucionario que tuvo la imprenta. En la relación del lector con el texto, Lyons establece cinco hitos, que interesan para valorar el momento actual. El primero es la invención del códice, que reemplazó al rollo y dio al libro la forma que conserva hasta la actualidad. El segundo, la invención medieval de la lectura silenciosa; el tercero, la imprenta; el cuarto, la industrialización del libro y el quinto, la aparición del texto en soporte digital. Y es, justamente, el libro electrónico la innovación a la que atribuye un poder transformador mucho mayor que el de la imprenta. Según Lyons, la imprenta no alteró la vida de la gente común, y no introdujo cambios en la forma y el soporte de los libros. La computadora sí lo hizo.

Pero dirige a sus colegas una advertencia que vale para todos: "Los historiadores nunca deben fiarse de la falacia tecnológica; es decir, del postulado de que la innovación tecnológica es, en sí misma, un factor determinante del cambio histórico. El contexto, y en este caso los lectores, también pesan". Y los lectores que frecuentan el papel parecen dar testimonio del augurio de Lyons: "La cultura escrita tradicional no corre ningún peligro de extinción. Aún ejerce el poder supremo en la esfera educativa. La producción de libros crece en todas partes. Se lanzan 40.000 títulos por año en Japón, el país con la mayor densidad poblacional de lectores del mundo y cuya sociedad es más conocida por sus computadoras en miniatura". En Nueva York, mi amigo llegó a la misma conclusión por la vía práctica. En la ciudad donde casi todo se puede hacer con tarjeta de crédito, él pagó en efectivo y no encontró un solo gesto de sorpresa, ni una sola sugerencia en favor del dinero plástico. Eso lo llevó a sopesar los dos objetos -de valor claramente diferenciado- que todavía circulan en papel: "Si siguen existiendo los billetes -argumenta intuitivamente-, ¿cómo no van a existir los libros?" 

Verónica Chiaravalli  para el suplemento ADN Cultura de La Nación, edición del viernes 14 de septiembre de 2012.

Opinión: Un libro electrónico no es un libro

  Tras leer el contrato que viene adjunto con un Kindle, este cronista ha llegado a una obvia pero desconsoladora conclusión. Los libros electrónicos sustraen del Libro lo que debería ser su condición básica y más excelente: la soledad, la privacidad y la libertad de pensar y actuar sobre un texto. 

En lo que va del año la noticia más impactante sobre el e-book no tuvo nada que ver, de rigor, con los e-books. Estamos hablando del cierre de la librería estadounidense Borders, una cadena nacional que en a fines del 2010 tenía más de 500 megatiendas en ese país. Una de las causas principales en la estrepitosa caída de ventas —que resultó en la declaración de bancarrota por la empresa el 16 de febrero de este año— es el pase de los consumidores al libro electrónico, en obvio detrimento de los libros hechos y derechos. Es profundamente irónico que los bibliófilos estadounidenses estuvieran de luto por una organización que hace unos diez años, no más, era odiada por los mismos bibliófilos por amenazar la supervivencia de las librerías independientes. Aunque el libro electrónico esta en su plena infancia ya está claro es que no va ser una novedad pasajera. La tableta de lectura más popular, el Kindle de Amazon, está recién en su segunda versión. Pero las críticas del Kindle 2 fueron muy positivas, declarando un salto en calidad significativo, tanto en el dispositivo electrónico como en la tecnología de “tinta-electrónica” o e-ink. En estos tiempos de crecimiento exponencial de la tecnología uno solo puede imaginar que el Kindle —o su símil— dentro de una década será un aparato formidable.

¿Qué resistencia posible hay frente este cambio de paradigma? ¿Qué podemos decir nosotros que hemos pasado nuestras vidas —que hemos dado sentido a nuestras vidas— a través de la lectura, compra, colección y relectura de Libros?

Tal vez lo único que nos quede sea resistir individualmente y, por lo menos, dejar un grito en el aire constatando nuestra opinión sobre esta revolución de magnitud gutenberguesca.

En esta columna quisiera defender mi opinión: un libro electrónico no es un libro y nunca será un libro. Y por más ventajas que tiene y que tendrá el e-book (a quién no le gustaría tener acceso a los contendidos completos de las grandes bibliotecas del mundo, algo que, si Google Books cumple su objetivo, será una realidad) nunca hay que olvidarse que el libro electrónico no solo no es un libro; es un anti-libro. Por más que el contenido textual de, por ejemplo, La guerra y la paz, es idéntico en un libro que en un Kindle o un iPad, ese texto electrónico está muy lejos de ser un libro. ¿Por qué? Veamos.

 

Esto no es un libro

La diferencia más crucial, importante y notable entre un Libro y un libro electrónico es ésta: Cuando uno lee un libro está solo. Leer un libro es una acción solitaria, silenciosa (o no, si uno lee en voz alta), pero absolutamente personal y privada. Por lo contrario, cuando uno lee un libro electrónico hay siempre una empresa detrás que está leyendo lo que usted está leyendo. Cada “página” que da vuelta, sus tiempos de lectura, cada anotación que hace, la colección de libros que tiene (dentro de su tableta), las horas en cual lee, cuán rápido lee — todo, todo, todo, vinculado con la lectura de ese texto, queda registrado en un servidor de una empresa privada.

Se podría enumerar decenas de diferencias más, pero para los propósitos de esta columna quisiera indagar sobre el significado de esta fundamental diferencia entre los Libros y los e-books.

 

¿Qué significa comprar un Kindle?

Comparemos la compra de un Libro y un Kindle.

Libro: entro en una librería, compro un libro con efectivo y me voy. Ese objeto es mío. Listo, se terminó. Si quiero, lo quemo para hacer un asado o lo convierto en una obra de arte cortando sus páginas. Si no, lo puedo escribir, subrayar, anotar de la manera que se me antoja: con pinceles de varios colores, con broches, con papeles pegados, escritos, comentando el texto. Se lo puedo prestar a un amigo. Lo puedo dejar en el banco de una plaza para que lo encuentre otro… Es mío y lo que hago con él es cosa mía.

Me compro un Kindle. Primero, ese aparato esta vinculado a mi nombre, a una tarjeta de crédito mía (no se puede comprar en cash) que esta vinculada a un domicilio legal (no puedo tener una tarjeta de crédito sin un domicilio legal). Aun ni siquiera me he comprado un libro y he entrado en una relación en la cual entrego mis datos más íntimos a un tercero.

El Kindle llega en una caja y, al estilo Apple, viene con un manual de instrucciones que, coquetamente, enfatiza lo sencillo que es operar esta maquinita que te dará acceso a miles sobre miles de textos electrónicos. Hasta acá, todo bien, ¿no es cierto?

En el Kindle que yo me compré el manual consistía en un librito de seis páginas de cartón delgado con cinco pliegues que se abren como un acordeón. La parte delantera es un texto escueto con diagramas claros en papel blanco, brilloso.

Y ahora vamos al Gran Hermano.

Da vuelta el manual y ve cinco páginas de texto chico debajo de un título humilde que dice “Important Product Information”. O sea, información importante sobre este producto.

Y lo que sigue es el contrato que firmó, de facto, al comprar el Kindle y —además— el contrato que firmarás, de facto, cada vez que compras un texto electrónico para el dispositivo.

El sexto subtexto se titula: “Your Conduct”. Tu conducto.

¿Perdón? ¡Qué dijo! ¿Mi conducta?

Imagínate de vuelta en la librería. Pagaste tu libro en cash y estas por partir cuando el librero te para: “Momentito,” te dice. “Acercate acá que tienes que firmar un contrato si vas a leer ese libro. Por favor, no se moleste. Es un procedimiento común que les hacemos a todos nuestros clientes. Hay unas cláusulas sobre cómo usted puede usar el libro. Igual, no se preocupe si no quiere firmar. Ya le tenemos registrado y de hecho por comprar el libro ha firmado el contrato.”

 

Tu conducta

Entre varias otras cosas, esta estipulado que no puedes prestar el libro; que, en el caso de diarios y revistas, Amazon reserva el derecho de cambiar los términos del contrato de compra; el aparato en si, y sus contenidos (tanto software como hardware) pertenecen a Amazon y no tienes el derecho de interferir con su funcionamiento de ninguna forma; Amazon recibirá información de tu dispositivo: “Anotaciones, bookmarks, apuntes, subrayados o tales marcas están respaldados por el Servicio, y la Información que recibe es sujeta al contrato de privacidad de Amazon.com”

Amazon no se hace cargo de ninguna perdida de información. Si has violado los derechos Intelectuales de Propiedad del aparato o sus contenidos, “Amazon puede buscar recompensación legal en cualquier estado o juzgado federal en el estado de Washington…”

Hay más: “Amazon reserva el derecho de cambiar las condiciones de este Acuerdo… En el caso que lo haga tu uso continuado del dispositivo implica tu acuerdo de estas revisiones del contrato…”

Si Amazon decide que tú has quebrado con el contrato – o futuras revisiones del contrato – esta en derecho de suspender tu uso del dispositivo y cancelar tu acceso a toda la información que ellos tienen almacenados sobre tu uso del dispositivo y sus contenidos.
 

Yo resistiré. No me interesa firmar un contrato para leer un libro. No me interesa que una empresa me imponga las condiciones de mi lectura. No me interesa cambiar comodidad por mi privacidad. No me agrada el tono agresivo ni los términos del contrato en el cual el único con poder es la empresa proveedora. No acepto.

 

Esto no es un libro. 

 

 

Por Andrés Hax para el suplemento Ñ de Clarín, edición del   22/02/11 , sección  

 

URL: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/Kindle-ebooks_0_431957025.html 

 

  • Sección Ideas: Tecnología y comunicación
Fuente: www://lanacion.com.ar
Fecha: 19/9/2012 | Creado por: Gladys Ines
Etiquetas: por que leer, Biblioteca, Belgrano